Todo hombre busca su propio desarrollo personal como la gran aspiración. La cuestión, ¿Cómo conseguir ese desarrollo?
La clave está en la libertad, ese privilegio por el que hemos luchado a lo largo de la historia, y seguiremos luchando. Ese don sagrado por el que somos capaces de dar la propia vida.
Todo hombre ansia la libertad, porque todo hombre guarda en su interior una necesidad de absoluto e infinito, de una felicidad que le haga sentir pleno.
La libertad no es algo exterior, sino interior. No depende de las circunstancias. Cuando así pensamos nuestro objetivo será el de eliminar todo lo que creo que me oprime (normas de la sociedad, obligaciones de la vida…). Aunque nos pasáramos la vida, tratando de eliminar esas cosas, no tenemos garantía de que al final consiguiéramos ese sentimiento de libertad. Cuando conseguimos superar unas cosas, aparecen otras, y así siempre, lo que produce una continua situación de insatisfacción
Etty Hillensum, joven judía muerta en Auschwitz en 1942 escribía:
“No pueden nada contra nosotros, absolutamente nada. Pueden hacernos la vida muy dura, pueden despojarnos de algunos bienes materiales, pueden quitarnos la libertad exterior de movimiento…; pero es nuestra lamentable actitud psicológica la que nos despoja de nuestras mejores fuerzas: la actitud de sentirnos perseguidos, humillados, oprimidos; la de dejarnos llevar por el rencor; la de envalentonarnos para ocultar nuestro miedo. Tenemos todo el derecho de estar de vez en cuando tristes y abatidos, porque nos hacen sufrir: es humano y comprensible. Y sin embargo, la auténtica expoliación nos las infligimos nosotros. La vida me parece tan hermosa… y me siento tan libre. Dentro de mí el cielo se despliega tan grande como el firmamento. Creo en Dios y creo en el hombre, y me atrevo a decirlo sin falsa vergüenza: soy una mujer feliz”.
Pensamos que nuestra libertad consiste en poder elegir entre diferentes posibilidades, de forma que cuanto más amplio sea el abanico, más libre soy. Así nuestra libertad sería proporcional al número de posibilidades. Nos gustaría poder elegir el lugar de vacaciones, la profesión, el nombre de nuestros hijos y dentro de poco su sexo. Soñamos la vida como un inmenso supermercado donde podemos escoger lo que queramos.
Que la libertad nos lleva a optar entre diversas posibilidades es un hecho cierto, pero pensar solo así es una falta de realismo. La vida nos demuestra que hay multitud de aspectos fundamentales que no elegimos: el sexo, nuestros padres, el color de nuestros ojos, el carácter o nuestra lengua materna.
De hecho, la vida se nos presenta como una horquilla en la que la marcha atrás se cierra mal y donde vamos teniendo cada vez menos decisiones. El día que nos casamos, elegimos una entre un millón (y no precisamente con demasiada libertad: estábamos enamorados). El trabajo que tenemos nos condiciona mucho para el siguiente. Tal vez no podemos tener niños.
Pensar que la libertad es simplemente el hecho de poder escoger entre muchas opciones genera problemas.
1.- Nos da miedo elegir. Pensamos que elegir nos priva de nuestra libertad. Esto pasa mucho a los jóvenes de ahora que no se quieren casar porque eso les compromete, y así en otras muchas decisiones que procuran retrasar y retrasar, sin darse cuenta de que cuando no tomas decisiones la vida las toma por ti, porque la vida nunca se para.
La libertad implica también aceptar lo que no hemos elegido. No solo somos libres cuando tomamos una decisión, lo somos también cuando aceptamos la realidad que nos viene dada día a día, como les ocurrió a los dos personales que he citado.
Las cosas vienen, llegan, nos gusten o no. Unas serán buenas y agradables y otras no. La libertad no lo es del todo sino sabemos aceptar ambas: en cierto modo no podemos ser libres sino aceptamos no serlo siempre.
Aceptar nuestras limitaciones personales, nuestra fragilidad, nuestra impotencia, o aquella situación que la vida nos impone, es lo que mayor libertad nos da, porque reconocemos que la vida, por su propia naturaleza escapa a todo intento de ser dominada.
Ante la realidad caben varias cosas
- Rebelarnos: no conduce a nada y nos lleva a tener una mayor frustración
- Resignación: es menos agresiva pero suele ser una declaración de impotencia, y suele ser casi igual de estéril
- Aceptación que implica la disposición a entender que todo se puede: es la que han tenido las personas que antes he hecho referencia. Que puedo sacar provecho de todo.
Esta tercera opción exige realismo. Aceptar que no soy el que me gustaría ser, ni el que debería ser. (Pasarse el día quejándose de no ser, o de tal o cual limitación, no aporta nada). Muchas veces paraliza mucho más pasarse el dia lamentándose, que mi propia limitación. Aceptar mis limitaciones es el primer punto para superarlas. Lo vemos en miles de personas que no tienen pies, ni manos, ni vista….
Con mi gente pasa igual: el primer punto para poder ayudarlas es aceptar que tienen limitaciones y no pasa nada. También tienen mucho más potencial que sus limitaciones.
Pero esto cuesta: el orgullo, el temor a no ser amado, y sobre todo la convicción de nuestra propia limitación, son convicciones fuertemente enraizadas en nosotros. Basta darnos cuenta de cuanto nos desmoraliza esos errores o limitaciones.
Dejar de despreciarte, porque no sabemos el daño que nos hacemos y lo que nos impide progresar. Dejar de progresar es dejar de vivir, pero no se puede transformar de un modo profundo lo real sino se comienza por aceptarlo.
En nuestra vida social sufrimos frecuentemente la tensión constante de responder a lo que los demás esperan de nosotros (o a lo que nos imaginamos que esperan), lo cual puede resultar agotador. Todas las jovencitas se sienten más o menos culpables de no ser tan atractivas como la ultima “top model” del momento, y los hombres de no tener tanto éxito como el dueño de Microsoft. Todos sentimos que tenemos que ser los perpetuos ganadores.
Pensamos entonces, que como no somos esos tipos maravillosos, no somos reconocidos, no somos amados. En parte es verdad, y por eso la familia, los amigos son algo tan maravilloso: nos quieren por lo que somos, tal y como somos, no por lo que tenemos ni hacemos.
A consecuencia de nuestros errores, e incluso de la educación recibida (nunca llegarás a nada), tenemos una fuerte tendencia a llevar inscrita en nosotros toda una serie de creencias limitadoras, de forma de que estamos convencidos de que jamás seremos…
Aceptarse, esa es la verdadera libertad, el único camino de tu desarrollo personal.
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Autor: Antonio Vázquez Vega / Autor
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